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En el Gran Juego todo es posible.

Cuando nos damos cuenta de que todo es posible, entramos en el Gran Juego.

Si algo puede caracterizar a un guerrero curtido en las diferentes batallas de la vida es haberse enfrentado a sus propios miedos, a su vulnerabilidad constante y a la muerte en todas sus formas y expresiones. 


Un ‘guerrero’, si eso existiera realmente, no es verdad ya que sólo es una ‘etiqueta’ que nos damos o nos otorgan cuando nuestra mayor parte del tiempo estamos enfocados en la guerra.


Esta guerra, sea de la índole que sea, no es en modo alguno, motivo de orgullo, antes bien, es una etapa del Camino o un nivel del ‘Gran Juego’.


Este ‘Gran Juego’ se muestra de acuerdo a una manera de percibir el mundo conforme a unos patrones que se expresan así en la medida que les permitimos que sean o les damos paso a nuestra existencia.


En una batalla se descubre lo fácil que es vencer o ser vencido. Morir o ver como el otro, sólo por un pequeño desliz, distracción o imprecisión en su hábil comportamiento ha sido derrotado.


Tal vez nuestro oponente era más fuerte que nosotros, más diestro, incluso puede que mucho más inteligente, más rico y poderoso, más saludable, creativo, respaldado por buenos amigos y benefactores u otros guerreros tan fuertes como él, pero esto no es sinónimo de estar libre de morir o ser vencido. 


No es el arma, no es la habilidad, no es la fuerza o la verdad que sostiene la espada del que la empuña, no es el ejército o el equipo, no es el país ni la creencia que te agita. 


¿Qué es lo que permite que eso muera y lo otro viva? ¿Es el determinismo o es el azar? Tal vez no sea esto lo importante del ‘Gran Juego’. Quizá nuestra atención debiera recaer sobre otra faceta de esto que nos agita tanto. 


Estamos tan condicionados por tantos años de historia donde nuestros antepasados se sujetaban a estos parámetros, que ahora en nuestros relatos, cuentos, películas y diferentes formas de arte, retratamos esta afectación inconsciente sin cuestionarla.


Quizá sólo hemos de aprender algo a través de ello. Nacer y morir, son las puertas de entrada y de salida del ‘Gran Juego’. Vencer o ser derrotados es el estímulo sobre el cual danzamos como marionetas en un despropósito continuo hasta que nos damos cuenta de su irrelevancia y su falta de sentido. 


Sólo nacer nos da el privilegio de ser afectados por el morir. 


Le damos mucha importancia al tiempo de existencia y consideramos una desgracia salir de este programa donde se ejecuta el juego de la guerra dentro de la pantalla de nuestro ordenador.


Nos identificamos tanto con lo que allí sucede que olvidamos que no somos los personajes de esta tragicomedia.

Este es el gran Juego en el que todos estamos involucrados. Y nosotros, la Humanidad, como niños, jugamos constantemente con todo lo que cae en nuestras manos, desde nuestro propio cuerpo al planeta donde vivimos.


Sólo son juegos inventados que todos siempre nos los hemos tomado muy en serio. 


La vida, la muerte, la religión, la política, el deporte, la familia, el sexo, el trabajo, la comida, el amor y el dinero entre tantas cosas. Incluso el personaje que representamos nosotros mismos dentro del Gran Juego.


Son juegos dramáticos, porque parecen reales. Nos va la vida en ello. Pero no nos acordamos de este bello canto: ‘Lucharon vida y muerte en inmortal batalla y muerto el que es la Vida, triunfante se levanta’. Ni se conoce el párrafo del Sutra hindú Katha Upanishad: ‘Si aquél que mata cree que mata y aquél que muere, cree que muere, ninguno de los dos está en el Camino de la Verdad. Ni éste mata, ni aquél, muere’.


El sabio sólo lo es en la medida que se contempla en su propia estupidez y en sus contradicciones constantes. 


Es sabio no sólo por lo que puede observar en los demás, si no, especialmente en él mismo.


Y en la misma medida que el ‘guerrero’, ser sabio o dejar de serlo, sólo es una etiqueta que de la misma manera que se pone se quita.


Así pues, visto de esta manera, un sabio no parece ser muy distinto a lo que es un estúpido. 


Como aventuraba el protagonista de Forrest Gump: ‘El tonto es el que hace tonterías’. Pues a riesgo de ser malinterpretado, yo diría que todos hemos hecho tonterías y estupideces a lo largo de nuestra vida y algunos no sólo las han hecho si no que las continuamos haciendo.


¿Cierto?


Sin embargo, ¿No es cierto también que algunos observando las consecuencias de sus pensamientos, palabras, su hacer o dejar de hacer en ellos o en los demás, han cambiado radicalmente su forma de vivir o de percibir la vida?


Puede que un pequeño soplo de aire limpio en sus pulmones o una música tocando suavemente su corazón, una mirada cálida o una caricia y toda la vida que habían llevado hasta ahora da un giro absoluto.


También ha sucedido que alguien con unas creencias determinadas y una cierta moral, al ser vapuleado por una circunstancia extrema para él, ha renegado de todo lo que le sustentaba y nutría hasta el momento.


Lo que nos lleva a contemplarnos con mucha atención en nuestras bases internas y cribarlas constantemente para que este temple nos mantenga con la dignidad suficiente hasta la salida del Juego. Démonos la oportunidad de que pueda sucederse el Cambio dentro de cada uno. 


Cuando estamos en un punto de este Juego que consideramos ‘bueno’ para nosotros, a todos nos gusta creer y desear que el Juego se pueda detener ahí porque de alguna manera, la estabilidad y el confort son dos adversarios muy poderosos que nos mantienen hipnotizados y estupidizados. No porque la estabilidad y el confort sean ‘malos’, si no porque cuando dormitamos, nuestra voluntad decae y nuestra atención se distrae en absurdas superficialidades en lugar de atender a lo esencial de nuestras vidas. 


Tal vez haya quien considere la supervivencia como lo esencial, pero esto sólo es una de las plataformas o etapas del Gran Juego. Lo esencial habita todas las Plataformas y mientras no sean consideradas en su Manifestación integral, nuestra existencia parecerá vacía y sin sentido.


Por causa de este vacío e incongruencia internos, la gente o se encapsulan en sí mismos en sus propias adicciones para ausentarse de una realidad que no admiten o trasgreden la moral interna que no les da un soporte psicológico adecuado y cometen fechorías hacia sí mismos y hacia su entorno.


Un malvado que hace fechorías, no es más que un ignorante, puesto que si supiera en profundidad lo que está haciendo, no lo haría. No sólo por lo que pudiera desencadenar su actuación a un nivel social, sino también a un nivel interno. 


Considerar ignorante a alguien, no es un insulto. Todos somos ignorantes de muchas cosas en diferentes áreas de la vida. 


Lo que nos distingue es si sabemos ser sabios con la ignorancia que cada uno es capaz de reconocer y aceptar dentro de sí.


Bienvenidos al Gran Juego de la Existencia.


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